sábado, 13 de marzo de 2010

Para empezar a ser feliz.

Siempre sentí el impulso, mas nunca pensé en concretarlo, me traía tan malos recuerdos su perfume de imitación y… ¡por dios! Ese maldito pañuelo morado, con la cual no tuvo piedad de en romper mil veces mi corazón. Y es que al ser ella mi madre y yo su único hijo, debió amarme por sobre todas las cosas, pero lamentablemente no fue así. Nunca fui especial para ella… ¡jamás! Desde pequeño se encargo de sepultar hasta la más mínima ilusión de felicidad, de arrastrar mi orgullo por el barro, de hacerme sentir basura cada día de mi vida; pero sin embargo la quería, en absoluto secreto guardaba un inmenso cariño por ella, unas ganas locas de decirle mama, de cruzar la calle de su mano. Tal vez abrasarla para el día de las madres y aunque suene un poco egoísta siempre anhele recibir un regalito de ella para navidad. Mas nunca fue así, siempre con su arrogancia, con sus burlas, con su tonto pañuelo morado. Y un día cansado de soportar sus gritos absurdos, sus insolencias sobre mi persona, estando con el alma completamente dolida quise ponerle fin a mi vida de la manera más cruel con la que pudiera morir una basura como lo era yo. Para ese entonces yo tenía tan solo 15 años, una gran mente y por cierto, una rabia indescriptible hacia mi madre, es por esto que maquine el plan perfecto para morir y para que inculparan a mi madre de mí supuesto homicidio.

Primero con la cabeza total y completamente fría, procedí a provocar a la paciencia de mi madre, a quien no le costo mucho reaccionar a mis provocaciones, sin previo aviso esta mujer se abalanzó sobre mi y me propino una golpiza que no olvidare nunca. Con la sangre cubriéndome el rostro y bañando mi ropa de color, proseguí a tirar en sus manos una cuerda con el cual terminaría mi insignificante vida, con las huellas de mama frescas en la cuerda, me predispuse a escribir una carta copiando exactamente la caligrafía de mi madre, en la cual confesaba su supuesto crimen. Tenía ya todo listo, el valor reunido, la cuerda en la viga, el odio preciso, la cara ensangrentada y me disponía a cumplir el destino que yo mismo me propuse, resignado a todo y con una felicidad que recorría todos mis sentidos, porque sabía que mama pagaría mi error, una sonrisa se adueño de mi rostro, pero vacilé en mi ultima acción, la mas fría, la mas austera, la que me aterrorizaba… tirarme de lleno a las manos de la muerte. Pero en fin, no iba a flaquear después de tanto camino recorrido y me lancé sin mas ni mas a lograr mi cometido, sentí como se cortaba poco a poco mi respiración, sentí como la desesperación embargaba cada uno de mis sentidos y… ¡por dios! como quemaba esa cuerda, me pareció que el tiempo pasaba lentamente, treinta segundos se hicieron dos horas, dos horas en las que no reaccione a nada, ni al dolor, ni al miedo, a nada… llámenle suerte y créanme o no, puedo jurar que en el preciso instante en que se me estaba yendo la vida, la cuerda se corto y caí bruscamente al piso. El color volvió lentamente a mi rostro y apenas me vi con las fuerzas necesarias, arranque esa cuerda, la que representaba el infierno que yo mismo quise lograr. Pero mi rabia no se vio por pagada y supe que uno de los dos debía morir, o era ella o yo, no había espacio para los dos en este mundo y la suerte me dio la justa señal que necesite, ella era la que tenía que morir. Ya sea tarde o temprano, tendría lo que se merecía, la muerte.

Al cabo de un rato volvieron todas mis facultades mentales y decidí abandonar todas las sucias ideas que había adoptado mi mente y juro que lo estaba logrando, pero al salir de mi habitación, mi mundo fue movido nuevamente y la rabia salio al rojo vivo, al ver a mi madre, sentada con la mirada perdida, entre unas copas de licor. Las sombras que se formaban por el fuego, eran alucinantes, mi madre se veía tan serena, como nunca antes y provoco una honda ternura en mí, pero al ver ella que la observada desde lejos, me grito con mas rabia de la común, salí corriendo de la habitación, luchando contra mis impulsos asesinos, llore tanto como me permitieron los ojos, ¿por que no me quería?… ¡me despreciaba! Y no aguante mas y supe que era el momento indicado para que mi madre pereciera.

No quise ser violento con ella, al fin y al cabo era mi madre y la deje morir como un pajarito, sin conciencia de lo que pasaba. Procedí paciencioso, atento a mis movimientos, calmado, busque en la botica, medicina para diversos males y algunas yerbas de alto poder intoxicante, molí con dedicación las pastillas, y corte finamente las yerbas, finalmente mezcle todo, pastillas y yerbas, jarabe para darle espesor y unas cuantas lagrimas que salieron de improvisto. Luego procedí con mayor cautela aun, era la parte más importante de la misión, en un desafortunado descuido de ella, me escabullí por las sombras, hasta llegar a su vaso de licor negro y mezcle con gran éxito mi poción, sin embargo me vio tirado en el piso y grito hasta que me fui, después de un rato de tierna quietud, empecé a sentir los primeros movimientos PRE-muerte, vasos cayendo, agua corriendo, gemidos desesperados y por fin después de una hora de intenso ajetreo, supe que estaba muerta, bien muerta. Para asegurarme de esto regrese a la habitación donde estaba mama, estaba ella, tirada boca abajo, velada por unas hileras de luz de fuego. Un sinfín de sentimientos, atosigaron mi cuerpo, tristeza, culpa, felicidad, satisfacción… ¡dios eran tantos! Llore junto a su cuerpo inerte y llame a la policía, dispuesto a entregarme, pero luego pensé nuevamente y el remordimiento fue dormido, con mi ingenio y mi vocación de victima logre engañar al policía, que al principio no me creía ni media palabra y sin mas ni mas me vi libre y sin culpa, ¡libre! Como el viento. No volvió la culpa, ni la tristeza, me senté en el sofá de mi difunta madre y espere que volviera el dia y el aire, para empezar a ser feliz.

Belen Fernanda Villarroel

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